«… el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» – Hebreos 5:14

La madurez espiritual es una cualidad o condición sumamente necesaria para el hombre de Dios y sólo se consigue en un proceso continuo y gradual, apegado al Señor. Tampoco es algo que depende necesariamente del tiempo cronológico, sino que la madurez viene de una entrega genuina a Dios, de manera que Cristo viva su vida en nosotros. Cuando vivimos permanentemente en el Espíritu, nuestro hombre interior se desarrolla plenamente y se manifiesta en él toda la belleza del carácter de Dios. Entonces, los que se relacionan con nosotros verán en nuestra manera de vivir la piedad y el fruto del Espíritu. Por tanto, algo que puede servir de metro para medir ese crecimiento en el Espíritu es cuando actuamos con madurez.

El Señor desea que cada cristiano alcance madurez, pero sobre todo los que están dedicados a algún tipo de ministerio. ¿Por qué? Porque los ministros somos llamados a enseñar con nuestra vida la piedad. En el aspecto académico el que ha adquirido un grado superior enseña a los que poseen un nivel inferior. Por ejemplo, el que tiene un doctorado imparte su conocimiento a los que tienen una maestría; estos últimos enseñan a los que están al nivel de licenciatura y estos a su vez enseñan a los jóvenes que están en la secundaria, intermedia y primaria, respectivamente. Lo mismo sucede en lo espiritual, un ministro debe ser un maestro de piedad y de madurez. Un ministro puede tener un doctorado en divinidad o teología, pero si no ha alcanzado un grado considerable de madurez espiritual no es apto para comenzar su ministerio. La verdad y la piedad no se enseñan académicamente, sino con la vida. La madurez se adquiere andando con Dios y viviendo en el Espíritu.

La iglesia está llena de ayos (instructores de niños) pero existen pocos padres espirituales. Abundan los instructores, pero escasean los maestros de piedad. Estos son los que pueden enseñar la verdad con sus vidas. Para usted ser instructor sólo necesita haber sido instruido. Todos los que han estudiado en un seminario e instituto son aptos para instruir, pero no necesariamente son idóneos para enseñar (1 Timoteo 3:2). El educador cubano José de la Luz y Caballero dijo: «Instruir puede cualquiera, educar quien sólo sea un evangelio vivo». Lo mismo sucede en el aspecto espiritual, únicamente el que ha alcanzado un alto grado de madurez está capacitado para enseñar y dirigir a otros. Nota como el apóstol Pablo se refiere a la madurez en el siguiente pasaje:

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:1-13).

Me es necesario aclarar que aunque a veces podemos sonar como que menospreciamos la ciencia o los logros del hombre moderno, no es así, porque todas estas cosas tienen reputación en la vida natural y son plausibles. A lo que nos oponemos es a pretender con herramientas humanas alcanzar propósitos de índole espiritual. La fe es una cosa y la razón otra. La gente los ha puesto a pelear, pero la fe no está compitiendo con la razón. Las cosas humanas las necesitamos para vivir la vida natural, más la fe la necesitamos para vivir la vida espiritual, que es otra clase de vida. El problema es que hoy, aun en la formación de los ministros, el énfasis en todo es lo intelectual, lo mecánico, las herramientas de los humanos, y se descarta la fe y todo lo espiritual. Por eso es que Dios, en la restauración, está volviendo a la iglesia al principio, para que acomodemos lo espiritual a lo espiritual, y lo natural a lo natural.

Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente, y para eso se necesita tener la naturaleza de Dios y una mente espiritual, tal como lo explica Pablo: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2:14-16). Pero hemos cometido el error de hacer las cosas espirituales con medios naturales, con filosofías, con intelecto, con ideas humanistas. No podemos predicar con instrumentos humanos, porque la predicación no es humana. El predicar no es disertar, como decir un discurso en las Naciones Unidas, ni en un foro cualquiera. El hablar en público tiene su arte, su retórica y sus reglas, más el que predica la Palabra de Dios tiene el Espíritu, la prudencia, el discernimiento, la sabiduría de lo alto y sabe acomodar lo espiritual a lo espiritual. Por eso le es necesaria la madurez espiritual.

 

PODEMOS AFIRMAR QUE EL HOMBRE ESPIRITUAL ES MADURO, pues tiene una naturaleza espiritual que le permite discernir el bien y el mal. Pero cuando un nacido de Dios no puede discernir las cosas que son del Espíritu es porque es niño, o sea, anda en la carne, tal como lo describe el apóstol: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo» (1 Corintios 3:1) Es decir, un hombre espiritual es el que ha nacido del Espíritu y anda en el Espíritu, en cambio el hombre carnal es aquel que también ha nacido del Espíritu, pero anda en la carne y se ocupa de la carne, por consiguiente, ha crecido mucho en la carne, pero no ha crecido nada en el Espíritu. Se quedó siendo un niño. Y si sigue alimentándose solamente de la carne, andando en la carne y ejercitándose en la carne continuará siendo niño. Vimos que Adán, que fue creado a la imagen de Dios, cuando pecó se incapacitó para lo espiritual, y se metió en el mundo de la carne. Un hombre carnal es igual a un niño. Y esto es tan verdad como una fórmula matemática:

Hombre carnal = Niño
Hombre espiritual = Hombre maduro o perfecto

Tristemente esto se ha entendido poco y por eso lo único que se le exige a un ministro es conocimiento bíblico y grado teológico. Esto ha traído como resultado que niños enseñen a niños. En muchos lugares, la iglesia está dirigida por personas inmaduras. Esto lo digo con mucho respeto y a la vez con mucha pena. Yo trabajo con pastores y líderes en algunas partes del mundo y veo compañeros que son llamados apóstoles y obispos, pero no tienen la madurez ni siquiera de un discípulo. Me asombran los líderes que dirigen ministerios grandes y parecen niños recién convertidos. Pelean, compiten, manipulan, producen escándalos, no les importa el daño que hagan a la obra de Dios, con tal de ocupar posiciones o proyectarse, se oponen al propósito de Dios y viven una vida desordenada. He visto más madurez en muchos diáconos y diaconisas de iglesias locales que en estos ministros.
La madurez se mide por el grado de sujeción al cual hemos sometido nuestra carne y por el nivel de sometimiento con el cual nos hemos sometido al Espíritu Santo. Una persona puede tener un gran título (apóstol, obispo, presbítero, etc.), una posición eclesiástica, una inigualable unción, ser sorprendentemente carismático, pero si anda en la carne es un inmaduro peligroso. En cambio, aunque un hermano carezca de todo lo mencionado, si vive según el Espíritu es maduro y, por consiguiente, puede representar a Dios y ser útil a favor de los demás. Salomón dijo: «¡Ay de ti, tierra, cuanto tu rey es muchacho…» (Eclesiastés 10:16) Hoy podemos decir: «¡Ay de ti, iglesia, cuando tu líder es inmaduro!»
La madurez espiritual no necesariamente la determinada el tiempo o la edad. He visto hermanos que en seis meses en el Señor han madurado más que otros que tienen años como creyentes. Por tanto, y debido a la importancia que tiene la madurez en la vida cristiana y a la relación que tiene con la vida según el Espíritu, es necesario que dediquemos un segmento de este capítulo para estudiar acerca de ella.
Ya hemos dicho que el hombre de Dios debe ser un maestro de piedad, de madurez, porque ha alcanzado más. Es decir, lo que te hace a ti ser un servidor en el reino de Dios no sólo es el llamamiento, sino que estés capacitado para dar, porque al que Dios llama a ese capacita. Es decir, si te mandó a predicar él pone su palabra en tu boca (Jeremías 1:9). Por eso dice la Biblia que él ha hecho a sus ministros llama de fuego (Hebreos 1:7), y les ha impartido dones y ministerios. Pero también el Señor les dio el fruto del Espíritu, para que crezcan en lo que tiene que ver con el carácter, y para poder administrar con madurez todas las cosas que les ha puesto en las manos. El fruto de la madurez en un ministro tiene que ser, sobremanera, mayor que la de un cristiano común, pues es llamado a ser un modelo de todo lo que Dios ha dado. Por consiguiente, como alguien que ha crecido mucho, puede dar, impartir y enseñar. Este debe ser un cristiano maduro en grado sumo, en todos los aspectos que rigen la madurez.

En el ministerio del Espíritu el carácter es muy primordial. Hemos dejado atrás el ministerio eclesiástico tradicional o el religiosamente cultural, para someternos voluntariamente al ministerio del Espíritu Santo, por eso la formación del carácter es más importante que cualquier otro tipo de capacidad, inclusive que el aspecto técnico, que es la parte que más se enfatiza en la formación ministerial. Pero la madurez no es un requisito sólo para los ministros, sino para todos los creyentes nacidos del Espíritu. Por tanto, estudiar algunos aspectos de la madurez es algo muy importante para completar todo lo que hemos expuesto en este libro.
Primeramente vayamos al libro de Hebreos, donde el apóstol Pablo nos enfoca un aspecto fundamental del tema:

“Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es INEXPERTO en la palabra de justicia, PORQUE ES NIÑO; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado MADUREZ, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 11:11-14).

Es decir, según la Palabra de Dios, cuando nuestros oídos no están oyendo, ya sea porque no se nos han abierto o porque no poseemos la disposición para oír la Palabra, la resistimos, lo sencillo se complica y no lo podemos entender. Jesús dijo que más bienaventurados son, que todos los demás, aquellos que oyen la palabra de Dios, y la guardan (Lucas 11:28). Cuando alguien quiere hacer la voluntad de Dios, entiende a Dios, porque el deseo y el anhelo, su demanda y avidez son tan fuertes que lo empujan a oír y a buscar lo que es de Dios. Pero cuando no hemos crecido en el andar según el Espíritu, nuestros oídos se vuelven lentos y el entender la Palabra se hace DIFÍCIL. Eso nos explica el problema que tiene Dios con gran parte de la iglesia en la actualidad.
La vida cristiana para muchos es tediosa y abrumadora, lenta y obstruida, y hasta se neutralizan, debido a que se han hecho tardos para oír. El apóstol ha explicado el porqué de esta imposibilidad. Él dijo que hay mucho que decir, y difícil de explicar, no porque esté velado, pues los misterios del reino ya han sido revelados, sino por la incapacidad de entender aunque los oídos nos fueron abiertos por el Espíritu Santo desde que creímos. El que nace de nuevo tiene oídos para oír a Dios, tiene ojos para ver, y corazón para entender, pero cuando no andamos en el Espíritu, sino en la carne, entonces nuestros sentidos se embotan, los ojos se ciegan, nuestros oídos se obstruyen, y lo que es fácil de percibir se hace difícil de comprender.
Observa qué pasa cuando viene la iluminación del Espíritu a tu vida, en un momento dado, y se te abre el entendimiento a la Palabra o a los misterios del reino o a cualquier cosa en tu vida que Dios te quiera mostrar en su buena voluntad. Cuando esto ocurre, notas que se te abre el entendimiento, que la pieza del rompecabezas toma su lugar, y sientes un gozo, como si una luz te iluminara desde dentro. Esto es porque el soplo del Espíritu te ha hecho entender. Pero cuando sucede lo contrario, y lees y relees, pero no entiendes, es porque tus sentidos no están en Dios, sino en la carne, y se obstruyen. Entonces, aunque haya mucho que decir, es difícil de explicar, porque los oídos están cerrados, no hay receptividad.
El apóstol le atribuye esta dificultad a la inmadurez. Él dijo: «Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido» (Hebreos 12:12). ¿Quiénes necesitan de la leche? Los niños, los recién nacidos. Los adultos son los que buscan para comer el alimento sólido y nutritivo, no importándoles el aspecto ni el sabor. Vemos que a los niños, en sus primeros años, les es primordial la leche más que cualquier otra cosa. Y luego, cuando los movemos a otros tipos de alimentos, tienen que tener un sabor dulce o un aspecto colorido, para que estos los vean atractivos y los quieran comer. Esta descripción es propia de un infante, pero un adulto que tenga esta actitud para poder comer no ha madurado en su paladar ni en su conciencia alimenticia. Por tanto, es muy posible que su estado de salud sea anémico y debilucho. Y así como hay niños que tienen problemas de aprendizaje y se atrasan en la escuela, lo que les afecta en su desarrollo social, emocional, y todo lo que implica lo natural, así sucede también en lo espiritual, cuando nuestros sentidos no se ejercitan en la verdad.
Según el apóstol Pablo, una persona es niña espiritual cuando anda en la carne. Esta ha nacido de nuevo, pero se ocupa de las cosas de la carne y se desentiende o descuida las cosas que son del Espíritu. Esto es una revelación sencilla de la Palabra, pero tiene una gran trascendencia en lo espiritual. No es suficiente haber nacido de nuevo, hay que andar en el Espíritu, pues si no andamos en el Espíritu no crecemos, y si no crecemos, no maduramos, y cuando no maduramos, nos atrofiamos, y en consecuencia, nos hacemos tardos, inoperantes e ineficaces. ¿Cómo entender las cosas del Espíritu si no andamos en el Espíritu? Hay que entender para poder discernir y caminar en la verdad. ¿Cómo ser hombres piadosos si desconocemos la piedad? La Palabra nos exhorta a ejercitarnos para la piedad (1 Timoteo 4:7), en vez de ejercitarnos para tonificar nuestro cuerpo físico. El ejercicio corporal para poco aprovecha, pero la piedad —dice Pablo— «… para TODO aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera» (1 Timoteo 4:8). El ejercicio corporal sólo tonifica tus músculos, pero la piedad te fortifica el espíritu.

El que se ejercita en la piedad crece espiritualmente, así como el que se ejercita físicamente le crecen los músculos. Cuando eres una persona devota, le dedicas mucho tiempo al espíritu en tu devoción personal, te involucras en toda actividad espiritual, y te expones a ser bendecido espiritualmente, porque estás alimentando tu espíritu. Tu hombre nuevo está creciendo, se está ejercitando en las cosas de Dios. Por tanto, te vuelves más receptivo, y comienzas a crecer en lo espiritual, y te preocuparás por tu cuerpo físico, pero en el equilibrio del Espíritu. Es muy difícil para una persona que esté envuelta en los asuntos del mundo, poder fluir en las cosas del Espíritu. Se les hace pesado y cuesta arriba. Cuando perdemos la comunión con el Señor y no acudimos al lugar secreto, aun el hacer una breve oración nos resulta sumamente tedioso, pues aunque el espíritu está presto para las cosas de Dios, la carne es débil (Mateo 26:41).

No obstante, hay ciertas armas espirituales que nos permiten fortalecernos en el Señor y en el poder de su fuerza, aun cuando nuestro cuerpo carnal esté débil y se resista a ello. Uno de estos recursos es el don de lenguas. Aquellos que hemos recibido ese precioso don, todavía no hemos entendido lo que son las lenguas del Espíritu. Sólo hablamos lenguas en un momento dado, pero tenemos que entender que el hablar en lenguas es el lenguaje del hombre nuevo, hablando en espíritu a Dios. Es tu lenguaje espiritual. Aunque tú solamente repitas unas cuantas palabras, y pienses que dices «siempre lo mismo», te diré que no siempre es lo mismo. En lenguas espirituales, con cinco palabras tú puedes expresar más que el contenido de un diccionario completo de un lenguaje humano, en cuanto al sentido se refiere. Pero cuando nos ejercitamos en la oración, y oramos en lenguas a Dios, experimentamos un crecimiento especial en el Espíritu.

Sabemos que muchos no fluyen en este don, por prejuicios y barreras mentales, pero creo que todos los que hemos nacido del Espíritu hemos sido dotados de este lenguaje aunque no lo usemos. Cuando yo comencé en la vida del Espíritu, algunas veces no podía orar, y había una pesadez en mí, porque las ocupaciones me turbaban y mis pensamientos volaban hacia los asuntos que tenía que resolver. Hasta que uno de esos días, abrí mi corazón a Dios y le expresé como me sentía, y el Señor me dijo: «Hijo, estás afanado y es natural que tus pensamientos vayan a aquello en que estás envuelto, entre tantas ocupaciones y actividades. Sé que anhelas la comunión, pero la mente se turba con facilidad, porque es mecánica. Mas, yo te he enseñado la vida del Espíritu y te he dado dones. Habla en lenguas y notarás la diferencia».
Escuché el consejo y empecé a hablar en lenguas cuando me era difícil concentrarme en la oración. Al principio me decaía, pero sentía su voz en mi interior que me decía: Sigue, sigue adelante. Yo escuchaba que estaba repitiendo lo mismo, pero el Señor me decía: «No lo juzgues por la mente ni por los sentidos, esto es algo espiritual». Seguía y seguía, y de momento me empecé a dar cuenta que me estaba adentrando en la dimensión del Espíritu y ya la perturbación se había ido. Entonces entendí que ejercitando las lenguas yo ejercito mi espíritu. Échale mano a ese axioma espiritual, porque nosotros perecemos, porque somos tardos para entender, y no practicamos lo que oímos de Dios. Amado, lo de Dios no es una teoría, cuando Dios nos dice algo es verdad, créele a Dios.
El que habla muchas lenguas, habla mucho en espíritu a Dios (1 Corintios 14:2). Por tanto, prefiero hablarle a Dios en espíritu y no con entendimiento. En lenguas, aunque yo no entienda nada, estoy diciendo más porque el lenguaje del Espíritu es ilimitado y, además, mi espíritu está siendo edificado. Es posible que en el momento, la mente queda sin fruto (1 Corintios 14:14), pero en la ejercitación del espíritu, te darás cuenta que, en un momento, viene a tu mente la Palabra iluminada con revelación, con sabiduría, con aplicación y con todos los matices que tiene una palabra ungida. Y te preguntas ¿de dónde salió esto? Eso salió y viene del Espíritu Santo, como consecuencia de tu ejercitación en el Espíritu.
Pablo aconsejó a la iglesia: «… no impidáis el hablar lenguas…» (1 Corintios 14:39), así que no subestimes el hablar en lenguas ni lo veas como un lengüeteo o un parloteo. Discierne que las lenguas no son para andarlas exhibiendo públicamente o para interrumpir en medio de las reuniones, pero es un don muy especial para tu devoción personal. Las lenguas se hablan públicamente sólo cuando Dios quiere dar un mensaje profético a la iglesia y, en ese caso, él también da la interpretación. Así que las lenguas son para tu edificación personal, para ejercitar y edificar tu espíritu. La persona que acostumbra a hablar muchas lenguas en su casa, se da cuenta de que su espíritu está siendo dinamizado y hay una explosión en su hombre interior.

Para crecer en lo espiritual, debemos ejercitar la comunión con Dios, y la intimidad con él. Tenemos que exponernos a todo lo que es espiritual, oyendo la Palabra, estudiándola en lo personal, orando a Dios, orando con los hermanos en la intercesión; todo tipo de actividad espiritual que es constante, te ayuda a crecer. Si creces en el espíritu tendrás más deseo de Dios, porque el Espíritu te lleva a Dios. El que se ocupa de lo espiritual, crece en lo espiritual; entonces, cuando viene la tentación, el impedimento o la adversidad, tendrás la fuerza espiritual y la autoridad ungida para decirle al diablo NO, y a las tinieblas y a las circunstancias NO, y a la carne NO, porque estás ejercitado. Y a cosas tales como la envidia, el celo, la competencia —lo que Pablo llama niñez espiritual— podrás decirles: «No, eso no es de Dios», y resistirás todo pensamiento de la carne, porque estás fortalecido en tu hombre espiritual para rechazar lo malo. Y esa fuerza proviene del Espíritu Santo obrando en el hombre nuevo, en la naturaleza incorruptible que está en ti.
Esto te puede parecer un ABC, pero es fundamental para alcanzar la madurez espiritual. La madurez no comienza allá arriba, comienza aquí abajo, y por eso es elemental. Un niño no nace grande, sino que después que nace, comienza a crecer. Primero se le mide en pulgadas, y luego en pies. Va de lo menor a lo mayor, de lo pequeño a lo grande. Ejercitar la comunión es abrir las avenidas del Espíritu para oír la Palabra, para hablar con Dios y que él nos hable. Es necesario tomar los cuatro carriles del Espíritu, estos son: (1) Leer la Palabra, para conocerlo; (2) Orar para hablar con él y que él nos hable; (3) Congregarse, para participar en la reunión con los que, como nosotros, han sido llamados; (4) Testificar para hablar de lo que él ha hecho en nuestras vidas. […]

El que anda en el Espíritu, todo lo hace en el Espíritu, y por eso madura en lo espiritual. Cuando la Biblia habla del hombre perfecto no está hablando de impecabilidad, sino de madurez. Madurez es estar completos, es haberlo alcanzado. Hemos hablado de la alimentación de un niño, y vimos que no se le puede dar un alimento sólido antes de tiempo, porque no tiene el sistema ni la edad para ingerirlo. Por eso Pablo dijo: «Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?» (1 Corintios 3:2-3). Y me pregunto: ¿Estos no eran hombres, entonces por qué le dice que andan como hombres? Por la conducta, pues así como la alimentación depende de la edad, la conducta también revela el crecimiento y la madurez de un individuo.[…]
La madurez cristiana no tiene que ver con los años. La gente lo relaciona con los años, y se llenan de orgullo y dicen: «Llevo tantos años en el evangelio; yo nací en el evangelio». Ahora, lo importante es ver en ellos cuánto han madurado en Dios. A veces, en cambio, he visto personas convertirse, y en seis meses hablan, viven y juzgan de una manera que parecen ancianos espirituales. Los inmaduros se sientan en las iglesias, están expuestos como todos los demás, pero no reciben nada, no dan lugar al Espíritu, no andan en el Espíritu ni fortalecen su hombre interior por el Espíritu.

Amado, cuando recibas una ministración espiritual, no te apresures a predicarla, sino a vivirla, ya que lo más importante no es cómo predicas, sino cómo vives, pues eres más poderoso con tu vida que con tus palabras. Puede ser que con tus discursos impresiones a mucha gente, por algún tiempo, pero cuida que cuando la gente se te acerque no les pase como al que mira al pavo real que ve muchas plumas hermosas y coloridas, pero se asombra cuando al bajar la mirada nota las patas, chiquitas y flaquitas, y dice: «¡Vaya! Con tan bello plumaje y con patas tan enclenques y feas». Así pasa con el que anda en la carne, le puedes ver todas esas plumas y unción, pero cuando te le acercas y lo observas en ciertas situaciones que son elementales, te alarmas por su inmadurez. Nos impresionan con sus dones y unción y nos avergüenzan con su conducta. Entonces te preguntas: «¿Y qué pasó con el hombre espiritual que ha hecho tantos milagros y hablaba con tanta unción?» La razón es que los dones espirituales no tienen nada que ver con la madurez de una persona. Debemos separar una cosa de la otra.
Los dones espirituales son como los talentos en la vida natural, que se nace con ellos. En mi país hay un dicho: «Dios le da barba al que no tiene quijada», refiriéndose a cualidades en personas que no las ameritan. Es el caso de un borracho que canta bellísimo, pero al que no se le puede tomar en serio, ni hacerle un contrato, pues es incumplidor, y no se espera nada de él. Con tremenda voz, pero nunca llega a nada. En cambio, hay personas que son disciplinadas (aunque no tienen tanto talento), que promueven sus discos, son cumplidoras, y llegan a tener éxito. En la vida cristiana ocurre que puedes ser muy carismático y tener muchos dones (de profecía, de sanidad, etc.), y ser inmaduro. Los dones te fueron dados por el Espíritu Santo, cuando naciste de nuevo, y los tienes ahí, porque son parte del plan de Dios con tu vida, pero es necesario crecer en ellos.

De la manera en que un niño nace con habilidades y capacidades innatas, heredadas de sus padres y que desarrolla en su crecimiento, así también el nacido de nuevo posee capacidades espirituales, dones, ministerios, y funciones del Espíritu que no tienen nada que ver con la madurez. Puede ser un hombre ungido y carismático, y al mismo tiempo ser un niño. De hecho, los corintios son un claro ejemplo de esto. Pablo dijo que entre ellos no hacía falta ningún don espiritual (1 Corintios 1:5-7), pero era la iglesia más carnal, más indisciplinada y niña de aquel tiempo. Por eso es bueno, sin dejar de procurar los mejores dones, el crecer en ellos (1 Corintios 14:12). La madurez es lo más importante, pues tiene que ver con el fruto del Espíritu, no con los dones del Espíritu. Los dones son capacidades ungidas que nos fueron dadas para llevar a cabo con eficacia la obra del ministerio. En cambio el fruto del Espíritu nos hace maduros para vivir la vida de Dios entre los hombres. […]

Cuando andamos en la carne somos niños, lo que sucede es que cuando tenemos muchos años en la cultura eclesiástica, podemos simular andar en el Espíritu, y nuestro lenguaje puede sonar muy espiritual, y lo que estamos mostrando es apariencia, hipocresía y religión. Pero el que es espiritual tiene los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Eso es una característica del hombre maduro, pues puede distinguir cuando algo es falso o verdadero, cuando es del Espíritu y cuando no lo es. Para eso no tiene que ser profeta ni vidente, simplemente tener el discernimiento del Espíritu. Observemos lo que dice en 1 Corintios 13, para abundar un poco más sobre el tema. Es importante el contexto de este capítulo en la epístola, porque está como el jamón y el queso de un emparedado: entre dos rebanadas. Los capítulos 12 y 14 hablan de los dones espirituales, y del uso de los dones, y el 13 está en el medio.

Es decir, después que el apóstol habla de los nueve dones, dice: «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios 13:1). Déjame decirte que en los tres pasajes de la Biblia que se habla de los ministerios, de los nueve dones, y de las funciones u operaciones espirituales, en los tres, el apóstol Pablo habla del amor. En Efesios 4:11-16 cuando habla de los cinco ministerios, fíjate que termina hablando del amor, así en Romanos 12:4-10,21 donde habla de las funciones, después termina diciendo que el amor sea sin fingimiento, amaos los unos a los otros, no seas vencido de lo malo, mas vence con el bien el mal, etc. Y en 1 Corintios que es la parte donde más se habla de los dones y manifestaciones del Espíritu en el culto de los santos, toma un capítulo entero para mostrar al amor como el camino más excelente. Por tanto, es innegable la relación poderosa entre el amor y la madurez cristiana.
Si hay alguna persona que de manera especial deba entender bien lo que es el amor es un cristiano nacido de nuevo, en todo el sentido de la palabra, pues si Dios se puede definir con algo es con el amor. La Biblia no dice textualmente: Dios es poder, aunque él es poderoso, pero sí dice: Dios es amor. Nota que el apóstol Pablo cuando habla de los dones, enfatiza la importancia que tiene el amor, como fruto del Espíritu, para poder administrar con madurez los dones espirituales.

Pablo menciona dones que son sumamente extraordinarios, por ejemplo, las lenguas, y dice: «Si yo hablase lenguas humanas [español, inglés, alemán, portugués, etc.] y angélicas [aquellas que hablan los espíritus], y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios 13:1). En otras palabras, los dones sin madurez no valen nada. En vez de hacer el bien, hacen mal; en vez de edificar, destruyen, porque sin amor los dones no tienen fruto. Andar en el Espíritu es andar en el fruto del Espíritu, y ese fruto es el amor. Observa que el apóstol se va al extremo no tan solo del que puede comunicarse en diferentes lenguas, sino del que habla el lenguaje celestial, eso es algo sublime, pero dice que si no tiene amor su comunicación no es efectiva, no dice nada.
También expresa: «Y si tuviese profecía [el don más importante (1 Corintios 14:5)], y entendiese todos los misterios y toda ciencia [revelación, sabiduría divina, discernimiento espiritual], y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes [quitar cualquier impedimento por grande que este sea], y no tengo amor, nada soy» (1 Corintios 13:2). Es como si no tuviera nada, pues sin amor nada se es en Dios. «Y si repartiese todos mis bienes [este es uno de los dones de misericordia, el dar (Romanos 12:8,13), y se menciona como una de las funciones que da Dios, que no es simplemente el dar o compartir algo, sino de darlo todo] para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado [el don del martirio], y no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13:3). Y el apóstol no exagera.
Si quieres crecer en Dios, no andes detrás de los dones, sino detrás del fruto del Espíritu, y abunda en ellos. No importa cómo se hable, lo que se diga, lo que se haga, lo que se sacrifique ni cómo se martirice, si no tengo amor no sirve de nada. De hecho el instrumento para administrar bien los dones espirituales es la madurez, porque un cristiano inmaduro puede hacer mal uso de los dones de Dios. Por tanto, amor es sinónimo de madurez, observa los siguientes versículos:

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser (1 Corintios 13:4-8).

Todo eso se puede resumir en una sola palabra: madurez. Y esa madurez sólo se consigue cuando andamos en el Espíritu. Si hay algo que define el amor es la madurez, y eso lo veremos ahora con otros versículos: «… pero las profecías [el don más excelente] se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto [o sea, lo maduro, lo completo, algo que ha alcanzado la meta, que ha llegado al fin como un fruto] entonces lo que es en parte se acabará» (1 Corintios 13:8-10).

Un árbol germina, crece, echa hojas, echa flores, y de las flores sale el fruto. El fruto pasa por etapas. Al principio está pequeñito y verde (nuevo), luego crece y llega a madurarse, y está listo para ser comido. Es decir, todo es un proceso. Un árbol llega a la madurez cuando da fruto; una persona es madura cuando llega a un desarrollo cabal de todas sus facultades: física, mental, emocional y social. No sólo porque puede procrear (casarse, tener hijos, etc.), sino porque tenga la capacidad de sobrellevar todo eso. O sea, si se puede casar, reproducir, mantener un hogar, piensa adecuadamente y se comporta de cierta manera, se puede decir que llegó a la madurez, a la perfección. Una niña de catorce años puede biológicamente reproducirse, pero no está madura para ser madre. Espiritualmente, podemos decir que hay personas que tienen llamados, dones y unción para ser ministros, pero no están listos para ello, porque todavía no han alcanzado la madurez.

La palabra perfección en la Biblia es lo mismo que madurez. Perfección no es impecabilidad en cuanto a nosotros, sólo cuando se refiere a Dios. Madurez es completar algo, cualidad de lo que llega a su máxima capacidad, a su plenitud. Por ejemplo, en cuanto a la salvación, estamos completos en Cristo, maduros, no hay que agregar nada, pues ya estamos salvos en él. En el proceso de la santificación todavía no hemos llegado a la madurez, y la glorificación sólo llegará cuando venga Cristo, cuando seremos libres plena y totalmente de la presencia del pecado. A través de la operación del Espíritu Santo, hoy estamos siendo libertados del poder del pecado, pero cuando Cristo venga, en un abrir y cerrar de ojos, esto corruptible será vestido de incorrupción, y el pecado será raído de nosotros. El reino será establecido, y la iglesia llegará a donde tiene que llegar. […]
La conducta madura es la conducta perfecta, la que vivió Jesús, la vida que vivieron los apóstoles, la vida en el Espíritu. Los discípulos, mientras estaban en la carne, se disputaban el primer lugar (Mateo 20:21); cada uno luchaba por ser el más amado (Mateo 26:35). También querían saber lo que pasaría en la vida de otros (Mateo 21:21), pero cuando entre ellos fue derramado el Espíritu Santo, estuvieron unánimes juntos y todas las cosas las tenían en común (Hechos 2:44; 4:32). Debemos ser cristianos maduros, ser un testimonio a la iglesia, un testimonio al mundo. Renunciemos a todo lo que sea de niño, como dice la Palabra: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, DEJÉ lo que era de niño» (1 Corintios 13:11). Y la palabra dejé significa abolir, es decir: «Abolí lo que era de niño, me deshice y renuncié a todo eso, porque ahora soy maduro, tengo el Espíritu Santo y ando en el Espíritu. Así tendremos la conducta de Dios, y andaremos en ese hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:24).

Amado, pídele madurez a Dios. Que esta palabra pase de tus oídos al corazón, y del corazón a la conducta. Que venga el viento fuerte del Espíritu y deshaga en ti todo lo que es de niño, y todas las obras infructuosas de la carne y de las tinieblas sean reprendidas para que habite Cristo por la fe en tu corazón. Que habite en ti la plenitud de aquel que todo lo llena, el fruto del Espíritu en toda bondad, justicia y buenas obras. La madurez es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Por tanto, tenemos que pensar y actuar como maduros. El Señor desea que en todo seamos hombres y mujeres perfectos en Cristo Jesús.

Fragmentos tomados del capítulo 5: «Vive según el Espíritu», del libro La Vida en el Espíritu, del pastor Juan Radhamés Fernández. Para más información de esta y otras obras del autor, visita: La sección de Libros

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