“Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?  Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo”   – Mateo 16:13-20

Este texto  es bastante conocido aún por personas que ignoran la Palabra. Se cuentan chistes  haciendo referencia del cielo y se menciona siempre a Pedro, así como para defender posiciones religiosas (sobre esta roca edificaré…), pero realmente no se ha enfocado el verdadero mensaje que el Señor quiso expresar en este pasaje.

Este relato es fundamental para entender el Cristianismo y nuestra salvación, porque contiene dos principios fundamentales de la temática bíblica y son:

  1.  La esencia de la fe verdadera en Cristo, la cual consiste en aceptarle como Mesías y adorarle como a Dios.
  2. Solamente la fe que incluya estos dos elementos es fe aceptable delante de Dios.

La Biblia está llena de referencias de que Cristo sabía hasta del pensamiento de los hombres (Mateo 9:4), por lo que en estos versos, el que Jesús pregunte a sus discípulos sobre la opinión que tienen los hombres de Él no es más que para despertar a los discípulos en medio de los milagros, de las confrontaciones de la alimentación milagrosa, de la discusión con los fariseos, y establecerlos en la verdad. Cristo quería atraerlos a la  respuesta verdadera.

Si notamos en el verso 14, las diferentes opiniones que las personas daban, es interesante ver el tipo de persona que las sostenían:

A) Algunos decían que era Juan el Bautista; estos eran supersticiosos, quienes pensaban que solo uno que haya vuelto del “más allá”  podría hacer estas señales  y portentos.

B) Otros decían que era Elías; estos conocían las escrituras, pero el mismo Cristo dijo que Juan era  tipo (uno igual a) Elías que había de venir, no que era Elías.

C) Otros decían que era Jeremías; éstos podría decirse que eran beatos, que recordaban las profecías de Jeremías, y se sentían aludidos en su predicación, pues reconocían que estaban en pecado, pero no hacían nada para remediarlo.

D) Algunos dijeron que era alguno de los profetas; éstos son los profanos que no les importaba quien era el Hijo del Hombre.

Mas, veo que cuando Pedro responde, sus palabras fueron certeras. ¿Por qué? Porque él dijo: “tú eres el Cristo” cumpliendo así con la primera parte de la verdad, lo estaba aceptando como Mesías. Y finalizó diciendo: “el Hijo del Dios viviente”  adorándolo  y reconociendo como a Dios. Por eso Jesús le declaró: “…Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 16:17). Es decir, que esto es una revelación que procede del mismo Trono de Dios.

La fe  y la devoción no son cualidades que Dios acepta por nosotros mismos. Si vemos en Santiago 2:10: “Tú  crees que Dios es uno, bien haces. También los demonios creen y tiemblan”. Muchos cristianos ni siquiera tienen la aptitud reverente de los demonios, aunque se postren o asistan a la iglesia. En realidad no toda la fe es verdadera. Algunas son sólo positivismo o presunción. La fe verdadera únicamente proviene de Dios  (Romanos 10:17).  Dios dijo: “Yo, yo Jehová(otras traducciones dicen: yo soy el Señor), y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:11). Por eso, vemos personas que han sido expuestas a la Palabra, que han leído y han oído, y aún así no han establecido  una relación personal con Dios, es porque ni al leer ni al oír lo han hecho con fe (Hebreos 4:2). El tener fe es una bienaventuranza, amado. Sólo Dios toca los corazones, abre los oídos y da nueva vida.

Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6);  y los apóstoles dieron testimonio de Él diciendo: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.  Y en ningún otros hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:11-12).  ¿Qué significa, entonces, creer que Cristo es el hijo del Dios viviente?   1. Creer en su obra mesiánica (ungido para ser Rey de Israel, sacerdote de la orden de Melquisedec, el profeta que había de venir,  el único mediador entre Dios y los hombres.  2) Creer en su deidad porque Él es Dios encarnado. Él dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30)

En conclusión, la más excelsa de nuestras opiniones, llena de alabanza y loor,  si sale de nuestro intelecto, de nuestra propia opinión, no es valedera. Esa respuesta necesariamente nos tiene que ser revelada por el Padre. Por eso la fe que Cristo anhela es la que proviene de nuestro  hombre interior, la naturaleza nueva que Dios nos dio, el cual reconoce a Cristo como lo que es, Dios con nosotros:

“… el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas…” (Hebreos 1:3).

¿Quién es Él? Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente. El fundamento de la iglesia es Jesucristo. No una particular iglesia, no Pedro o ningún otro hombre, por ungido que éste sea.  Jesús es el único  que satisfizo la justicia divina, después de haber padecido en la Tierra por nuestros pecados,  a fin de devolvernos la imagen perdida, y llevarnos de vuelta al Padre. Demos gracias a Dios por el don inefable que hemos recibido, y roguemos porque toda la tierra sea llena de Su gloria, a fin de que todos conozcamos, por la revelación de Dios, quién es Él…

 

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